Con Dylan como música de fondo, inspiradora, escribo estas líneas que dicen relación con el tema de la memoria dormida y el despertar de esta.
Estas líneas son sobre Melinka, aunque no desde la perspectiva de nuestra Corporación de Memoria y Cultura de Puchuncaví, sus logros y avances, sino desde su real origen que mucho tiene que ver con mi propia historia y una idea especial un poco loca y un poco utópica en sus inicios y de cómo nació esta.
Para ello, debo retroceder en el tiempo a mayo de 1976, fecha en que contra mi voluntad y deseo debí abandonar el país. A mi salida de 3 Álamos se me dio un plazo perentorio de quince días para encontrar acogida en algún país, caso contrario debía atenerme a las consecuencias bastante obvias por cierto.
El 29 de mayo de 1976 Roberto Kozak, un amigo entrañable, encargado del CIME en Chile me acompañó al aeropuerto y subió conmigo al avión para asegurarse que nada ocurriese con mi seguridad. Finalmente bajó del avión pocos minutos antes que se cerraran las puertas y el Lufthansa despegara de suelo chileno. Fue uno de los viajes más largos de mi vida, primero Buenos Aires luego Frankfurt, Copenhague y finalmente Estocolmo.
Desde el momento que pisé suelo escandinavo todo cambió radicalmente: Un país bonito, verano soleado, un idioma indescriptible y un pueblo generoso y solidario partiendo por su primer ministro gran amigo del Chile democrático, Olof Palme.
Paradojalmente y tal como a muchos otros chilenos, descargué mi frustración y rabia contra este país; rechacé todo los que fuese Suecia y su gente, aunque la realidad me fue indicando que ese era el camino equivocado a seguir. Así, paulatinamente fui asumiendo la nueva realidad que con la llegada de Silvana mi compañera de vida se me fue haciendo cada día más llevadera.
Junto a un grupo de camaradas con los que teníamos más o menos un mismo recorrido por los diferentes campos de prisioneros, trabajábamos en el Chile Kommitet denunciando los atropellos de la dictadura cívico militar y sumándonos a la solidaridad internacional con el pueblo chileno.
Todo esto fue paulatinamente adormeciendo la memoria de Villa Grimaldi así como Tres y Cuatro Álamos lugares en los que estuve largo tiempo detenido. Eran historias demasiado dolorosas y que mi inconsciente de alguna forma quería esconder.
Así pasaron muchos años en que la cotidianeidad y el tiempo absorbían mis pensamientos. El trabajo y los dos adorables hijos llenaron nuestras vidas pese al dolor del exilio forzado y a la lejanía de los seres queridos que quedaron en Chile.
En abril de 1990, una muy querida mujer, madre de mi amigo de toda la vida me escribió preguntándome si yo podría entregar un testimonio por un camarada del MIR de quien no había mayor información.
Martita Muñoz fue prisionera de la DINA en Villa Grimaldi y luego en 4 y 3 Álamos. Ella era un ser de una dulzura y luminosidad como pocas, siempre generosa y disponible a levantar el ánimo de las compañeras que se encontraban más débiles. De alguna manera cumplía el rol de madre con muchas hijas.
En su carta me preguntaba si estaría dispuesto a entregar testimonio por un militante del MIR. Hugo era ex alumno del Liceo Manuel de Salas, compañero de mi hermana Victoria. El era una gran persona y camarada que al momento de su detención tenía 25 años.
Posteriormente, me envió un formulario que debía llenar. Al abrir el sobre y leerlo me sentí incapaz de escribir algo, mi mente estaba completamente bloqueada y no sabía por dónde empezar. Lo primero que se me ocurrió fue tratar de hacer un plano de Villa Grimaldi: lo hice con algunos errores pero en general bastante aceptable, a mi parecer.
Así, de pronto empezaron a fluir imágenes y recuerdos de situaciones, rostros de camaradas, de lugares físicos, del dolor, la angustia y la sorna de nuestros carceleros.
Mi testimonio fue muy doloroso. El 13 de enero de 1975 fui detenido por la DINA era el día del funeral de mi padre, fui llevado a Grimaldi. Allí me sacaron la venda y me pusieron frente a Hugo. Me impactó ver su estado: su rostro desfigurado por los golpes y la tortura, sus ropas hechas girones y sangre por todo el cuerpo, herido a bala en las piernas. Para mí es un recuerdo imborrable y tremendamente doloroso.
Muchos años después me enteré que fue asesinado ese 13 de enero en la tarde por agentes de la DINA. Creo que fui la última persona que en verlo con vida.
Con estos recuerdos despiertos, volví a la realidad de un exilio sin fin. Además del exilio, la dictadura me incluyó en un listado nacional de gente con prohibición de ingresar a Chile. La famosa letra “L” que también le pusieron a Silvana. Hoy ese pasaporte está en exhibición permanente en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos de Santiago.
Finalmente se me permitió volver a tierra chilena, ambos terminábamos nuestras carreras universitarias en la ciudad de Lund, Suecia, por lo que el anhelado regreso no podía ser inmediato.
En septiembre de 1991 retornamos al país; fue una mezcla de gran alegría y pena pensando en tantos camaradas que sacrificaron sus vidas y con quienes compartí momentos muy duros pero de mucha camaradería y solidaridad.
Una de mis primeras salidas fue ir a Grimaldi que en esos años permanecía cerrada y solo era posible mirar hacia el interior a través de una mirilla en el portón de fierro. Al interior solo se veía maleza y altísimas hierbas, prácticamente nada físico salvo el muro rojo y los portones de acceso.
La segunda visita fue a Tres y Cuatro Álamos. Nunca tuve clara su ubicación. Mi hermana me llevó. Solo pude ver por un lado un muro alto y los techos de la casa.
Mi tercera estación debía ser Puchuncaví aprovechando un viaje familiar a Papudo a la casa de mis padres. Llegamos al campo ingresando por el camino original. En el ingreso había un gran cartel arrumbado a un costado del camino, un mudo testigo de esos años; decía “RECINTO MILITAR ARMADA DE CHILE”. Hasta el día de hoy me arrepiento por no haberlo rescatado.
Por desgracia el auto era pequeño y no cabía.
La visita fue impactante, estábamos con Silvana y los niños que poco o nada entendían de lo que allí había ocurrido y de nuestras emociones. Les contamos de nuestro matrimonio en ese lugar donde no quedaba nada físico de esa época.
Después de recorrer el campo sin dejar un pedazo de tierra sin pisar, volvieron a mi mente los fantasmas del pasado. Los rostros de tantos camaradas queridos, de los oficiales, sargentos y cosacos, los castigos, las formaciones, los trabajos forzados, las retretas nocturnas y la actividad interminable de los prisioneros políticos ya fuese trabajando artesanías varias, dictando cursos y charlas de los más variados tópicos, la cultura a través de la música y el teatro, los telares y el esparcimiento que iba desde la brisca, el dominó al fútbol y básquetbol.
Es impresionante como fluyen las imágenes una tras otra en cosa de segundos.
El viaje terminó pero el bichito de Puchuncaví quedó incrustado en la mente. Algo se debía hacer para salvar ese lugar tan abandonado.